Ciudadanía celestial
Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.
Filipenses 3:20 (RV 2020)
Un lugar de residencia permanente, de donde esperamos que regrese nuestro Salvador, todo/a cristiano/a fiel espera llegar a su patria celestial (Hebreos 11:16) y mantiene su fidelidad por ser parte del don celestial (Hebreos 6:4); Dios nos da acceso a Su morada eterna, mientras la vida presente es en un reino celestial (Efesios 1:3; 2:5-6; 6:12).
Todos estos murieron con esa fe sin haber recibido lo prometido, pero, por fe, lo vieron de lejos, lo creyeron y lo saludaron, pues reconocían que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de regresar a ella. Pero anhelaban una patria mejor, esto es, una patria celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse su Dios, y les ha preparado una ciudad.
Hebreos 11:13–16 (RV 2020)
La promesa de Dios estuvo destinada a formar la fe de quienes vivieron a través del AT (y de nosotros de este lado del NT, Romanos 15:4), y lo esperaron mientras eran “peregrinos sobre la tierra” (igual que todos), buscando y anhelando una patria mejor, celestial. Sí, Dios nos tiene una ciudad de residencia eterna, Jesús fue a prepararnos un lugar allá en los cielos (Juan 14:2).
Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas, para que por mí se llevara a cabo la predicación, y que todos los gentiles lo oyeran. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.
2 Timoteo 4:17–18 (RV 2020)
Por esto debemos vivir mirando las cosas celestiales (Colosenses 3:1-4) y alegrarnos de que nuestro nombre está escrito en el cielo (Lucas 10:20), ya que aquí no tenemos una residencia eterna ni permanente (Hebreos 13:14), sino que vivimos buscando la ciudad que está por venir; mientras tanto Jesucristo nos preserva para Su reino (2 Timoteo 4:18).
Pero en aquello a lo que ya hemos llegado; sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa. Hermanos, sed imitadores de mí y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.
Filipenses 3:16–17 (RV 2020)
Por la realidad de tener una ciudadanía celestial, el apóstol Pablo instruye a la iglesia a seguir una misma regla, sintiendo lo mismo, que todos imitemos su fe y miremos a quienes siguen su ejemplo en Cristo; porque nos espera una gloria eterna (Romanos 8:16-18), un cuerpo incorruptible (1 Corintios 15:49-55), una herencia incorruptible (1 Pedro 1:3-4; Mateo 6:19-20).
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, no obstante, el interior se renueva de día en día. Porque esta tribulación, que es leve y momentánea, produce en nosotros una gloria cada vez más excelente y eterna. Por eso, no nos fijamos en las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
2 Corintios 4:16–18 (RV 2020)
Entonces, no nos desanimemos, aunque nuestro hombre exterior se desgaste, allá nos espera una ciudad construida por la mano de Dios (Hebreos 11:10, 16; 13:14), una vida en la mansión de Dios (Juan 14:1-3), Su ciudad santa (2 Pedro 3:13). Nos renovamos en nuestro interior cada día, fortalecidos en Sus promesas.
¿Sabes?, cualquier tribulación presente resulta leve, momentánea, y “produce en nosotros una gloria cada vez más excelente y eterna” (2 Corintios 4:17), entonces, sigamos adelante en nuestra fe, depositando tesoros en el cielo (Mateo 6:19-21), fijándonos en las cosas que no se ven, que son eternas.
Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, compartiendo su humillación, porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la que está por venir.
Hebreos 13:13–14 (RV 2020)
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