Ser un/a discípulo/a de Cristo

 


Así alumbre vuestra luz delante de los demás, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.  

Mateo 5:16 (RV 2020)


Ser discípulo de Cristo es más que un privilegio, es ser una luz que alumbra en este mundo para Su servicio, porque Dios debe ser glorificado. Así alcanzar la vida eterna, como resultado de una vida de fidelidad guiados por Su amor.


Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y madre y mujer e hijos y hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo. 

Lucas 14:26–27 (RV 2020)


Significa amar menos que a Dios a todos mis seres amados (que sólo Él tenga el primer lugar en todo y sobre todos), porque Cristo debe ser el más importante en mi vida. Amando menos mi propia vida, cargando mi cruz y siguiéndolo fiel, porque soy Su discípulo.


Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todo el mundo. Y es manifiesto que sois una carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. 

2 Corintios 3:2–3 (RV 2020)


Porque somos una carta escrita con el Espíritu de Dios, debemos tener un corazón obediente que pueda ser “leído” por los hombres, que en la acción somos discípulos de Cristo. Porque somos crucificados con Cristo, viviendo según Su Espíritu, llevando fruto para Él.


Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra estas cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. 

Gálatas 5:22–25 (RV 2020)


Viviendo (o andando) por el Espíritu como Sus discípulos también somos la sal y la luz del mundo. No deberíamos perder nuestro sabor (ser salados), porque la sal nos preserva y a otros a través nuestro. Tampoco una luz que se esconde, sino que alumbra a todos.


Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué la sazonaréis? No sirve ya para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por la gente. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los demás, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. 

Mateo 5:13–16 (RV 2020)


En esta vida ya no somos esclavos del pecado sino siervos de Dios. Podemos alcanzar nuestro fruto de santificación que nos conduce a la vida eterna. La vida como fue diseñada por Dios es vivir sin pecado, andando fiel en Su voluntad.


Cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las que ahora os avergonzáis? Porque su fin es muerte. Pero ahora que habéis sido liberados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación y, como fin, la vida eterna. 

Romanos 6:20–22 (RV 2020)


Y es una vida de continuo y constante servicio fiel a nuestro Salvador, llevando Su mensaje de salvación a otros; que todos puedan salvarse (1 Timoteo 2:3-4), y que “vengan al conocimiento de la verdad”: Vida eterna como hijos e hijas de Dios, en amoroso servicio para Él.


Y a lo largo de todo un año se congregaron en la iglesia e instruyeron a muchas personas. Y fue allí en Antioquía en donde a los discípulos de Jesús se les llamó cristianos por primera vez. 

Hechos 11:26 (RV 2020)


Mi vida guiada por el Espíritu de Dios me permite servir a Sus propósitos. Un discípulo de Cristo es un cristiano fiel (donde otros que nos ven nos llaman “cristianos”), uno/a que le sirve cada día amando Su venida (2 Timoteo 4:8), para recibir la corona de justicia del Señor.


Como un discípulo de Cristo mi gozo es que mi Padre celestial sea glorificado en mi obrar (Mateo 5:16), sin mirar atrás, con las manos firmes en el arado (trabajando y obrando Su voluntad), por ser apto para el reino eterno de Dios. ¿Eres un/a discípulo/a de Cristo? ¡Ven a Él!


Jesús le contestó: —Ninguno que poniendo su mano en el arado mire atrás es apto para el reino de Dios. 

Lucas 9:62 (RV 2020)


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