Majestad divina
Cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos siguiendo fábulas artificiosas, sino como testigos oculares de su majestad.
2 Pedro 1:16 (RV 2020)
¡Cuán asombroso, espléndido y magnífico es nuestro Dios! Jesús encarnó y demostró la majestad divina en sus palabras y obras.
Cuando el muchacho iba acercándose, el demonio le derribó y le producía convulsiones, pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre. Todos se admiraban ante la grandeza de Dios.
Lucas 9:42–43 (RV 2020)
Cuando Jesús expulsó al demonio del muchacho, los que lo presenciaron “se admiraban ante la grandeza (majestad) de Dios”. Pedro declaró que los apóstoles fueron “testigos oculares de su majestad” en la transfiguración (2 Pedro 1:16-18).
En el mismo instante recobré la cordura, la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; fui restablecido en mi reino, y se me concedió mayor grandeza. Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia.
Daniel 4:36–37 (RV 2020)
La "majestad" es un atributo de la realeza. Dios otorgó a Salomón tal "gloria (majestad) en su reino” como ninguno antes de él (1 Crónicas 29:25). El rey Nabucodonosor habló de la “majestad” que Dios le había dado (Daniel 4:36-37; 5:18-19).
… hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo. Aparición que:
a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo poderoso, Rey de reyes y Señor de señores…
1 Timoteo 6:14–15 (RV 2020)
Vemos la majestad de Jesucristo en Su Palabra. Si vivimos de acuerdo con Su glorioso pacto, seremos transformados para reflejar la gloria del Señor (2 Corintios 3:18). Gocémonos en nuestro Rey Soberano y obedezcamos Su voluntad, reflejando Su gloriosa majestad en nuestra vida diaria.
Por lo tanto, todos nosotros, contemplando a cara descubierta la gloria del Señor, como reflejada en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.
2 Corintios 3:18 (RV 2020)
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